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La Medicina en Santo Domingo hace 100 Años, V

Notas Autobiográficas del Dr. Héctor Read



ESTUDIANTE DE  TÉRMINO




Presenté mis pruebas de examen de quinto curso de la Facultad de medicina, a finales de Julio del año pasado de 1918, aprobando todas las materias.
En la preparación final, tenía que leer libros de hasta mil páginas, como la Medicina de Urgencia de Oddo, la Tropical de Manson-Bahr.
Aunque son obras de una lectura fácil (mis conocimientos de francés me permitieron leer a Oddo “de corrido”), son excesivamente largos. Entonces formé el criterio de que unas 300 páginas son una buena medida para un manual de estudio.

1Mí título fechado a 30 de julio de 1918, me fue entregado sin ceremonia. No se utilizaba hacer investidura solemne. El Diploma lo firman el Rector, Dr. Ramón Báez y el secretario, Lic. Eduardo Vicioso.
Papá y mamá, estaban de fiesta, esa era también la fiesta mía. Abrazos de todos los hermanos, tíos, amigos y amigas, vecinos y lejanos...

Ahora las diligencias cerca del Juro Médico, para la autorización para ejercer la profesión de médico.
Después de las gestiones cerca del Poder Ejecutivo para obtener el Execuatur de Ley y, la publicación en la Gaceta Oficial.


Un recuerdo estudiantil.
En el mismo año 1918 en que me gradué, terminaron varios compañeros de estudio “del grupo”:
1.    Tomás Antonio Brea
2.    Gontrán Marión Landais
3.    Prof. Ernesto Valverde G.
4.    Alcides Rodríguez
5.    Enríque Martínez Peña
6.    Manuel González Suero
7.    José R. González
8.    José A. Marmolejos
9.    José Manuel Lizardo.

El primero completó sus estudios en Francia, en años posteriores.
Gontrán M. Landais y Ernesto Valverde, venciendo las dificultades de la Guerra (y el estado de ocupación militar) se marcharon a Harvard, en EEUU. Después, Valverde se trasladó a París. Allí murió en 1930, luego del Ciclón de San Zenón. Maión Landaís regresó al país. (Una mujer lo mató).

El sexto de la lista, estuvo en la universidad de Lausana y allí fue víctima de una enfermedad constitucional: M. González Suero era muy inteligente y ameno.

El noveno, Lizardo, pocos meses después de graduado, fue víctima de la epidemia de influenza , del 1918-19. Vivía solo, en una habitación del “Casino de la Juventud”, sus familiares lo trasladaron, cadáver, a Baní.

En la nota debía figurar José Antonio Miniño: hizo defección en víspera del último examen. Amparado en una autorización legal del Gobierno de Ocupación Militar, ejerció durante años en Baní, su pueblo, hasta su muerte muchos años después.

Me tocó debutar en la práctiva médica durante la mortífera epidemia de la influenza o “Gripe Española”, que como un huracán se abatió sobre Santo Domngo durante la época de Adviento de las Pascuas del año 1918 al 19. Había entonces unos 30,000 habitantes. La pandemia afectó no sólo nuestro territorio, sino sino los campos de Guerra de Europa. También en Norte y Sudamérica , la epidemia hizo hecatombe y estragos.

En los Estados Unidos, algunos creyeron encontrar en los esputos un diploestreptococo. Quiere decir cadenas de de diplococos. Nosotros lo observamos también aquí. No pudo demostrarse que era la causa sino probablemente un acompañante del virus causante, tampoco bien identificado, por entonces. “The Journal of American Medicine” publicó varios trabajos, relativos a las causas etiológicas de esa “peste”.

Era una broncopnuemonía casi fulminante que no daba tiempo al organismo de los afectados a reaccionar.  Se usó mucho de los metales coloidales: desde luego, del alcanfor  y los empaques trementinados.

Una buena dosis de aceite de ricino, oportunamente, parecía efectiva, ¡El producto se agotó en muchas farmacias!


El médico Nuevo.
La disyuntiva era quedarme aquí en la Capital ó irme al “campo” a trabajar.
Aunque mi sueldo municipal (en el Laboratorio) era sólo de $90.00 dólares, tenía la posibilidad de ganar algo más en visitas domiciliarias y consultas: seguir abriéndome camino. Me sentía para eso suficientemente preparado: me quedé en la Capital.
Siguiendo el consejo des mi cariñosa madre, siempre guardé “algo” de mis entradas;  tenía mi libreta del Royal Bank of Canadá, cuenta de ahorros crecedera.
2Una disgresión: Benjamín Franklín, a quien muchos, y con ellos yo, admiramos, recomienda “ahorrar” 1/4 de las ganancias. Yo me conformaba con algo solamente; por poco que fuera, era una satisfacción.
Cotejando fechas, resulta que me agarró, sin darme cuenta, la época de la “danza de los millones” y luego la “inflación” y la caída del “azúcar”.

En una revista médica norteamericana (The Journal?) apareció un anuncio comercial ofreciendo por una suma módica, un juego de muebles médicos consistente en
Una mesa de examen,
Una vitrina para instrumentos,
Un irrigador, completo, con 2 palanganas,
Una silla, con apoyo de cabeza.
Un sillín giratorio: 5 piezas.
                                                     La casa A.S. Aloe JC0, era la firma vendedora. Les remití un giro y me llegó a poco el pedido de mis muebles.3 Por otra parte, preparé una lista de material de laboratorio de la casa E.Cogit de París  y le encargué a mi librero Emil Baugault, 48 rue des Ecolese, París, hacerme las diligencias de compra y embarque desde Francia.
La caja fue remitida  a la firma “Elmúdesi” de Santo Domingo por el embarcador Lesage , quien habitualmente despachaba para estos amigos de esta plaza. Retiré el pedido de la aduana: Los Elmúdesi no me cobraron comisión. Todavía lo recuerdo con gratitud.
También por la misma firma de mi librero, encargué un microscopio Zeiss, cuyo agente en París era la casa E.adnet. Llegó todo a su debido tiempo y en buenas condiciones y estado, lo recibí todo, lleno de alegría.
En la sala de casa, P. Billini No. 20, se puso una cortina que la dividió en dos partes. Detrás instalé mi equipo completo.
Mi hermano Horacio que regresaba de La Habana, Cuba, me trajo una placa de bronce con el letrero, en dos líneas: Héctor Read, Médico-Cirujano, el cual montado en marco de caoba, fijamos en la puerta de la calle.
En mi trabajo del Laboratorio Municipal, las cosas marchaban bien. Tuvimos mucho atareo en serología de las fiebres tifoparatíficas, y también en hemocultivos. En esos manejos adquirí una tifoidea que me retuvo en cama muchas semanas, desde el “miércoles de ceniza”, año 1919 hasta después de la Semana Santa. Fue muy prolongada. Me atendió el Dr. Salvador B. Gautier que tenía a su cuidado otro caso de fiebre tifoidea prolongada.
La Farmacia “Miramar”, por no decir mi amigo de la infancia Lic. Virgilio Díaz Ordoñez, suministró interdiariamente, un bloque de hielo que venía en un balandro de cabotaje puntualmente. En la Capital, la fábrica de hielo estaba averiada y faltaba ese estado sólido del agua. Así se van sumando gratitudes.
Oportuna fue también la ayuda económica de mí tía y madrina Doña Tuena, en esos días aciagos de enfermedad.4
Para el mes de septiembre de 1919, la (Facultad) Universidad llamó a concurso para un ayudante-preparador de Histología, en  la Facultad de Medicina. (También hubo para otros empleos en otras facultades). Se otorgaría el cargo por oposición.
Es tema propuesto en la parte del concurso teórico fue el de las coloraciones. Hubo otro concursante.
En la parte práctica preparé el epiplon nitratado.
Me quedó muy bien. Me fue concedido el puesto, por carta del rector Dr. Báez.
El profesor de la materia era el Dr. Salvador B. Gautier, con quien trabajé después muy cordialmente y satisfactoriamente para él y para mí. El sabía mucho y le complacía enseñar.
Para completar mi equipo médico quirúrgico encargué a París, a una casa que me recomendó Bougault, y me envió un catálogo, encargué digo una serie de  instrumentos seleccionados por mí, de acuerdo a mi capacidad en el uso de ellos. Resultaron de una calidad tan buena como la mejor y más afanada. Fue una buena inversión.
Nota.
En la página 2 mencioné a Ernesto Valverde, en Harvard.
Cuando salió llevaba un aval de haber realizado en el Laboratorio, 10,000 análisis urológicos completos: se comprende mi interés en esta cita por la parte que me toca. Después vinieron noticias de que él ayudaba a sus compañeros en la microscopía con el beneplácito sus profesores en aquel gran centro.

Visitantes frecuentes al Dr. Defilló, en el Lab. Municipal.

Lic. Gregorio Billini, (juez) condiscípulo
Juan Bautista Ruiz, (sin tesis).
J. Osvaldo Molina (diputado) condiscípulo
Rev. Miguel Fuertes, S.j. (botánico)
Arquímedes de la Concha (pintor) condiscípulo
Frank Baher, condiscípulo
Lic. Leopoldo R. Nanita (abogado) diputado.
Dr. Agustin Aristy (tesorero empl)
José Ma. Cruzado,
Manuel María Mena (carpintero)
Jn. Fco. Alfonseca -Musié- hijo del de París.
Báez, cartero retirado, padre de Andres
Ing. Alf. Scaraina, municipal.
Pedro Creales, (conserje)
Dr. Juán Serrallés, hacendado (oculista)
Rev. Mella, sacerdote amigo.
Agr. Julio Bonetti, municipal
Fco. Pérez (Pancho).

Mi nueva posición en el personal de la Universidad, se hizo efectivo al inaugurarse los Laboratorios Universitarios en los altos de la casa  de la calle “El Conde”  (separación) que hace esquina a la “19 de Marzo”.
Además del Lab. del Dr. Gautier, había otro del Dr. Defilló , para química Biológica. El ayudante preparador de este último fue Horacio Read Barreras.- Otro laboratorio, para el Lic. Joaq. G.  Obregón García era el de Química Farmacéutica, con el Lic. Julio Profirió Dalmasí como ayudante preparador del mismo.
El mobiliario de estos laboratorios fue pedido a la Kwanrie Mgf. Co. De Kansas, E.U. fabricado en roble; sin preparación para los trópicos, fue pasto fácil para las termitas, en la “crisis del 1921”.
En el Laboratorio Nacional, hice otro experimento que resultó demostrativo. Opinaba un paciente tetánico que su enfermedad se la ocasionaba, una astilla de madera que se había clavado. Aunque no dudábamos de lo dicho por el sujeto, tomé un fragmento del inculpado objeto y lo introduje debajo de la piel de una curia.
El animal murió del 3er. Al 4to día; lo encontramos teso. Del lugar de la modulación sembré un agar glucosado coloreado y se desarrolló muy bien el cultivo anaeróbico en la profundidad del tubo. Una fotografía del animal lo muestra contracturado: ordinariamente una curía muerta está flácida.
Huelga decir que hubo las necesarias comprobaciones del B. Tetánico de Nicolaier, al microscopio.
En los último meses del año 1919 me di cuenta de que los sueldos de los servicios de los empleados del Laboratorio Municipal no serían aumentados para el año próximo. Al mismo tiempo supe que se creaba un cargo médico que estaría disponible a principios del año 1920, cual era el de el jefe de la División de Cuarentena Marítima, Encargado del puerto de Santo Domingo, con 150 dólares mensuales (en vez de los 90 que pagaban). Esperaba no tener interferencia con la Universidad; solicité el puesto y me fue concedido por el Subsecretario de Sanidad, que lo era el Dr. Ramón Báez Soler, amigo viejo nuestro. Renuncié a mí puesto en el Laboratorio, con pesar, pero no podía permanecer estacionario por más tiempo.
Mi escritorio estaba ahora en la Secretaria de Estado de Sanidad, en la casa # de la calle Hostos, próximo al Parque Duarte, la planta alta; el inmueble estaba reconstruido por su propietario Don Federico Velázquez y Hernández, Ex-secretario y (ex-vice) de la República.
A pocas semanas de mí instalación en mi nuevo cargo, vi que estaban mudando el Laboratorio a un ala del mismo edificio, lado Norte, ocupando las dos plantas, alta y baja. El Laboratorio Municipal de Santo Domingo había sido nacionalizado, ahora será el “Laboratorio Nacional”.
Supe también que el Dr.Defilló había renunciado al dejar de ser Municipal el Laboratorio.
Un químico que trabajaba en el Ingenio San Isidro, productor de azúcar, estaba encargado del laboratorio. No he podido conseguir su nombre ni yo lo recuerdo. Amadeo Báez y Emilio Báez seguían funcionando.
A poco vino un químico americano, de Dallas, Texas, de apellido Weaver; persona competente y amistosa. Trabajaba con mucha precisión, según pude darme cuenta y llevaba récord de su trabajo en tarjetas de archivo. Sólo duró unos meses.
Manuel Emilio Sánchez y la Srta. Mercedes Heureaux Pons (hija del extinto presidente) fueron también incorporados al personal. En eso llegó un pedido de reactivos de una firma norteamericana y algunos enseres.
No duró mucho el químico Weaver, pues lo sustituyó un médico, cincuentón, conocedor de las enfermedades tropicales, puesto que había trabajado en Filipinas; el Dr. Thomas W. Jackson, con quién hice buena amistad y se mostró afable y comprensivo con su personal. Autor de un libro “Tropical Medicine”, editado por Blakiston, del cuál me dejó un ejemplar “With best Wishes”- cuando se retiró.

El Dr. Jackson, me dejó recomendado para sustituirle en la Dirección del Laboratorio Nacional y fui nombrado, en fecha 3 de Febrero de 1921, por R. Hayden (com. (M.C.) U.L. Navy Oficial Encargado de la Secretaria de Estado de Sanidad y Beneficencia, siendo así el primer dominicano Director del Laboratorio Nacional.
El sueldo fue de $ 250.00
Durante el ejercicio de mi cargo como médico de Sanidad Marítima, que me ocupó durante todo el año de 1920, tuve (agradables) emociones que recuerdo, aunque muchas son triviales.

Lunes! Son las 6 de la mañana. Llama a la puerta el vigía. ¡Barco a la vista! (Después del buenos días doctor) Debe ser el “Marina”, que amanece los lunes en el horizonte y viene de “arriba”.
Ya estoy listo, en ayunas, “de punta en blanco” como dice Cervantes.
Llevo en mi cartera de cuero pardo, unos formularios, estetoscopio de madera, (de dos piezas) un termómetro y un paquete de tarjetas.
Al paso que yo corto el plano de Plaza Duarte, de un brinco atraviesa la Plaza de “Colon“ en sesgo, sigo la calle del mismo, cuesta abajo hasta el Almirante. Ya me espera el práctico (el piloto) y dos o tres marinos en un espacioso bote de montar y, arrancan.
La mar está tranquila como suele en las montañas. El Buque en el “placer del estudio”, suena la sirena: “pide práctico”, dicen mis acompañantes.
 ¡Han visto como los “hijos de Neptuno” trepan al costado de un buque, en plena mar, por unas escaleras de “soga y tablitas? Son las “escaleras de gatos”.
Pues ¡ahí voy yo!
Me precede el práctico, hombre aunque entrado en años, ágil y forzudo.
El gato blanco que le sigue soy yo! Y luego me sigue un marinero; mientras que otro aguarda en el bote.
Y llego a bordo, donde un oficial  (el  purser vi otro) me recoge5. Termina la pirueta atlética. Cosa rara, el flux está limpio, inmaculado.
En 1920 cumplía yo 23 años...
Hay 30 ó 40 pasajeros que vienen de San Juan de Puerto Rico, cada semana. Mientras algunos se reúnen en el comedor, y otros se reponen del mareo insospechado del canal de La Mona, paso al puente; por lista que lee un oficial a bordo, reviso la tripulación. En la cabina de mando del Capitán, firmo los papeles.
“Le doy puerto” al buque.
Uno a uno, el oficial de inmigración, (no siempre el mismo) va recibiendo a los pasajeros, según lista, revisando los pasaportes, etc. Luego los recibo yo, firmo su tarjeta de desembarco, y ellos van a tierra. Al terminar, en el  comedor nos espera un desayuno: 1/2 toronja, almíbar, pan , mantequilla y café con leche a la americana; cereales también y azúcar, por supuesto... Adiós, hasta el lunes!

De Cuba venía el “Higuamo”. Como el Dr. Azpertía era el médico del buque, el trabajo se simplificaba. El certificaba en un formulario, el estado de salud de la borda.

Parecido era mi trabajo con el “Algonquín”6que era traía pasaje del Norte. Generalmente tocaban a Puerto Plata: allí le daban “sanidad” Otras veces, sin embargo, venían directo del Norte.
Los buques de vela, traían carga. Solamente había que visitar la tripulación; eso también en alta mar. Como no se hacían cruceros regulares, los veleros se presentaban a lo mejor un domingo por la tarde ó un día feriado.
Con todo, me consolaba ver la diligencia del vigía. Pasaba las horas oteando el horizonte desde lo alto de la torre del faro.
El faro era un armazón de hierro, construido y levantado en la segunda mitad del siglo XIX. Lo instalaron provisionalmente en el fuerte de “San José” (19 de Marzo). Su destino era la Punta de la Torrecilla, del otro lado de la desembocadura del río Ozama. Acá se quedó hasta que se construyó otro faro en la mencionada Punta.7
De esa  torre descendía el vigía, y en bicicleta llegaba a mi casa, justamente dos bloques del Norte. Seguía luego a la aduana del puerto, en el mismo vehículo, porque no había teléfono, ni en el faro, ni en todo el vecindario. Tampoco en mi modesta residencia, que era la de mis padres. (Padre Billini).

La travesía de mi casa al puerto, no valía la pena hacerla en coche, vehículo todavía entonces favorito de los médicos y señores. Al regreso, sí, muchas veces, ya con calma, usaba vehículo.

En una ocasión llegó al puerto, venía “de abajo”, un vaporcito con bandera francesa. Al recibirlo en el antepuerto, me di cuenta de que se trataba de un yate francés de un millonario parisién. A bordo venía tamaña personalidad: el Profesor M. Neveu Lemaire, viejo conocido mío por su libro en que estudié parasitología, durante el primer año de Medicina. Nos “reconocimos”...
Cuando bajamos a tierra, les acompañé, a ambos señores. Tenían interés en ver el paisaje interior del país. Entonces se estaba construyendo la carretera del Cibao: las obras estaban ya hasta “Sonador”. Nos internamos por esos montes y ellos quedaron contentos de su viaje, en automóvil, naturalmente, por el interior.

Un personaje “del siglo”: El Cabito,8 así llamado en la política venezolana, llegó una mañana, procedente del Sur. Me pidió que le consiguiera permiso para bajar a tierra, cerca del oficial de inmigración y me dijo: “yo no me olvido de los hombres”. Le conseguí lo que deseaba. Más nunca he vuelto a saber de él. Parece que su estrella se apagó.
En ese año 1920, el trajín del azúcar movía mucha gente entre P. Rico y Santo Domingo, y esta Capital y NuevaYork. Entre las personas que recuerdo, están Don Antonio Barleta, muy joven; y Mr. Georg, un ciudadano alemán que residía en el Este. Las maestras puertorriqueñas viajaban mucho.
Magnate del azúcar y otros negocios, toda una compañía de artistas de teatro, etc. etc., pasaron por mi firma en más de 20,000 tarjetas de registro.
Nuestro Mar Caribe es peligroso: una vez, me mandó decir el Secretario Mr. Harding, que “no saliera y le diera sanidad al buque esperado, en el muelle. Mr. Harding era marino, se echa de ver. Así lo hice y trasmití la orden a mis acompañantes, afortunadamente. Oscar Renta, padre, fue el portador de la orden.

De los gajes del oficio de marinero, cuya vida tiene también sus ventajas y sus peligros, me quedó algo de los unos y de los otros.
Fungía, para el despacho de los pasajeros del “Marina”, como médico del buque “en tierra”, con beneficios.
Tenía también los derechos de puerto, personales: dos pesos por cada visita, que en tiempos de la Colonia debió ser un platal. Tasa extra después de la puesta del sol.
A borde se conseguían frutas exóticas frescas durante todo el año. Lo mismo bebidas “descontadas”. Aunque no cuestan mucho, tampoco gastaba mucho de ellos. Durante la Guerra se apreciaban de sobremanera.

En las primeras semanas del año 20, penetraron por la frontera haitiana unos hombres atacados de fiebre y una erupción cutáneas: era la viruela. Enfermedad cuarentenable
De inmediato las Autoridades dispusieron sus aislamientos. Al efecto se instaló en unas viejas barracas existentes en la Punta Torrecilla, en la antigua finca llamada “La Francia”, un hospital cuarentenario. Pronto se reconstruyó lo que estaba en mal estado y se improvisó el hospital.
El Secretario Dr. Ramón Báez Soler y el que escribe, tuvimos la responsabilidad del “cuarentenario”.
El número de enfermos creció rápidamente. Se nos había metido superlativamente la viruela, por la línea del sur.

De la epidemia anterior, en los años 9 del siglo pasado (época del Padre Billini) sólo quedaban tristes recuerdos en semblantes de viejos muy cumplidos.

A los internados se les dio cuidadosa asistencia. No faltaron análisis, ni medicinas,   ni alimentos, ni limpieza, etc. Etc.
La palabra clave fue vacunación.
Al Dr. Báez, por sugerencia del papá, le sobrevino la ocurrencia de buscar en la Botica “Legalidad” (calle Separación)  de las Mieses, relacionados con el Dr. J. Fco. Alfonseca (de París) que vivió la epidemia del 1882-12, de buscar las recetas (en el libro copiador de la farmacia) que había usado el célebre médico, en la recordada epidemia. Se descubrió que el salicilato de sodio fue el arma terapéutica del Dr. Alfonseca tan celebrado. Seguimos su pauta y nos fue bien y a los enfermos lo mismo.
Una disgresión:
Ya para 1920 se sabía que la viruela era una enfermedad viral. Se tenía como norma para el tratamiento de las virosis, el empleo del salicilato de sodio, precisamente, y de la urotropina.10
con motivo de esa experiencia en la epidemia de los años 20, escribí unos artículos periodísticos,11 que reuní después en un folleto: Viruela  ó Alastrim? Con fotografía de un caso (del Dr. Báez).
En muchos otros países hubo la misma epidemia. El concepto de Alastrim se ha aceptado generalmente, como forma de viruela contagiosa y epidémica, cuarentenable.
Debo adelantar que el Hospital Cuarentenario de “La Francia” persistió hasta los principios del año siguiente 1921. Yo fui promovido y no tuve más que ver con él.

En la población la viruela seguía propagándose.

Enfermedades Cuarentenables
Internacionalmente Reconocidas.

1.    Cólera (inclusive colerín)
2.    Peste.
3.    Fiebre amarilla.
4.    Tifus exantemático.
5.    Viruela (inclusive varioloides y alastrim).


Las medidas cuarentenarias se han extendido a la navegación aérea, desde 1933-35, especialmente en cuanto a la viruela y sus variantes.

La vacunación es el método de lucha más eficaz, instituido desde los últimos años del siglo XVIII  por Jenner; la vacunación ya controla la enfermedad.
En los días presentes se da por abatida la Viruela de la faz de la tierra. ¡Dios nos oiga!.
Otras medidas cuarentenarias en las que intervine durante mi ejercicio portuario, fue las que se tomaron ante el peligro -el miedo, mejor dicho- de una epidemia de Peste.
En una ocasión llegó un barco procedente del Golfo de Méjico. Se tomaron las medidas anti-ratas “indicadas” en este caso. Una de ellas fue la preparación de tangones. El neologismo corresponde a unos trozos de vigas de madera de tales y cuales dimensiones, con argollas y ataduras de cabos próximos a los extremos.
Al recibir la orden, y las instrucciones dadas por el Piloto (práctico) me dirigí a la ferretería de tío Juan Antonio Read, hermano mayor de mi padre, establecido allí en el puerto, calle “Las Marina”.
Mi querido tío me suministró todos los materiales necesarios y los marineros armaron los ya nombrados tangones, en número de cuatro. De los tales debía atarse un cabo al buque y otro al muelle, provistos de los convencionales discos contra ratas. Si algún roedor de abordo osare escapar por el cabo, chocaría con el disco insoluble, cayendo al agua, sin alcanzar tierra.
Existía entonces un “Club de Artesanos e Industriales”, sita en los altos de la amplia casa de la calle Duarte y esquina Grl. Luperón. Celebraron un rumboso baile en ocasión de su aniversario y los “portuarios” tuvieron para mi la distinción de invitarme. Correspondí gustoso a su celebración, que fue muy animada.
A la mañana siguiente, algunos me vieron temprano, trepando la escala de un buque en visita de sanidad, cumpliendo con mis deberes.
También hubo “casos” en mi modesta oficina privada.
Mr. Anmerlot, gerente de la compañía americana de vapores -Clyde? Me trajo una vez un paciente; un mecánico que trabajaba en la maquinaria de uno de sus vapores. Una partícula de hierro le había saltado en un ojo, la antevíspera.
Efectivamente comprobé una ulceración en la córnea del ojo derecho, en le centro; con la lupa vi un cuerpo extraño, negro.
Lo acosté y lo acomodé en mi camilla, y con la punta de una aguja hipodérmica que pasé al fuego de la llama de mí lámpara de alcohol, (mientras unas gotas anestésicas adormecían el ojo) levanté la partícula, en un movimiento elegante  de palanca. Listo! Después me dijo que lo habían visto dos médicos y no se habían atrevido a sacarle la partícula.
Una experiencia, que tengo que agregar a mis observaciones en la vida, fue la que adquirí de mis visitas a los buques de vapor que procedían de la India, cargados de arroz, con bandera inglesa.
La tripulación era de 40 y más miembros, debido a que además de los oficiales y marineros correspondientes al número necesario al manejo del barco; traían algunas docenas de peones para la carga y descarga de la mercancía.
Se trataba de médicos hindúes naturales de la península: almas humanas en cuerpos débiles. Para manejar un saco de carga, se necesitaban 4 ú 8 peones: eran bastante ágiles, móviles, pero desforzados. Los oficiales de abordo ya estaban acostumbrados con ellos.
Esas embarcaciones, con tanta gente, traían siempre un médico a bordo. Esta circunstancia facilitaba mi trabajo, por que oficial médico inglés, certificaba el estado de salud de la numerosa tripulación.
Casi todas la semanas tenía un buque diferente, con la carga de arroz transocéanico que consumía nuestro pueblo, al precio de centavos de vellón por libra.
Ya se han olvidado las calamidades que tuvimos que sufrir, a consecuencias del desajuste del mundo durante y después de la I Guerra Europea del 14-18.
(Esto ocurría justamente en 1920).

DIRECTOR DEL LABORATORIO NACIONAL

A comienzo del año de 1921, me hice cargo de la Dirección de Laboratorio Nacional por nombramiento de las autoridades gobernantes.
Ya en la página 20 de este cuaderno, con algunas noticias, he dado cuenta del traslado y movimientos del mismo. De forma que me resta relatar de lo que sucedió bajo mi dirección,  que sea digno de notar.

También he señalado anteriormente, el estado de alarma existente en relación con la posible propagación de la Peste, desde el Golfo mejicano.
Como complemento de las precauciones tomadas con los buques, las autoridades dispusieron una campaña contra las ratas, empleando cebos envenenados, que colocaban en sitios determinados en el Puerto.

Esa labor la desempeñaban unos jóvenes norteamericanos que vinieron a pedido de la sanidad con el objeto de completar las medidas preventivas contra la plaga. Les llamábamos Inspectores.
Los mencionados cebos se colocaban al anochecer. Por la mañana los Inspectores, provistos de gruesos guantes de campana, de material fuerte y armados de tenazas o grandes pinzas (forceps) para agarrar los cadáveres de los roedores, recorrían los muelles, en la búsquedas de ratas muertas.
Los cuerpos eran sumergidos en tanques de zinc acanalado o corrugado, que contenían buena cantidad de agua con creolina; de color lechoso, provistos de tapas: safecanes.
Las ratas así colectadas las llevaban al laboratorio.
Procedía entonces a hacer la autopsia a los roedores.
Adquirí pronto destreza en la apreciación de los caracteres de las especies, razas y variedades.
También tuve la curiosidad de buscar las pulgas que las acompañaban. Las más veces  estos ápteros abandonaban el cuerpo frío de los roedores y sobrenadan en el líquido conservador.
La auptosía tenía por objeto observar el bazo, principalmente, por ser el órgano que de las ratas afecta el bacilo de la Peste.
La observación se completaba con la sección y obtención finalmente de gratis de la pulpa espléndida; para buscar al microscopio, con una coloración, los bacilos, que por fortuna nunca se presentaron.
Aproveché empero las manipulaciones, para poner en lista los resultados. Después formé un cuadros, con las clases y variedades anotadas y clasifiqué las pulgas habituales estas muestras. Lo que me sirvió para  componer un trabajo escrito que fue publicado en la 12Revista Médica, con el título “Henopsilla cheopius, nuestras pulgas y las ratas”.
Daba aquí la noticia de que solamente había encontrado la especie mencionada, en las ratas del Puerto de Santo Domingo.
Me inspiró este escrito el haber aprendido que en años atrás, el General (Dr.) Gorgos había encontrado en La Habana, la misma especie de pulga, en los roedores del puerto cubano.
Creo que nadie entre nosotros, hasta entonces, se había ocupado de esta pesquisa de pulgas, ni se sabía si lo teníamos o no en nuestro puerto.
Esta fue la recompensa a mis esfuerzos, y a mi tiempo dedicado a la investigación preventiva de la Peste “amenazante.”
Todavía en el año 1922 no se había hecho en Santo Domingo, la Reacción de Fijación de Complemento de Wasserman, safante alguna quizás del Dr. L.M. Betánces, que haría el Hetch.
Al comienzo de mi gestión en el Lab. Nacional (estaba aquí todavía el Dr. Jackson) intenté realizar la mencionada prueba.
El Dr. P.E. de Marchena me había facilitado algún material y el libro de H. Noguchi. El material consistía en unos papelitos impregnados de los reactivos necesarios, deseados, para la prueba según ese autor: antígeno y amboceptor antihumano.
Los impregnados de amboceptor no funcionaron en la prueba preliminar, frente a los glóbulos rojos y es complemento (de cabayo). ¡Nos quedamos sin reacción de Wasserman!.

“Nos quedamos con el moño hecho”, como suele decirse.

Una revisión ocasional de datos analíticos me motivó introducir la máquina de calcular, en toda operación analítica de ese género (cálculo), al computar los números.
No hace falta mencionar que los informes oficiales de las labores se transmitieron regularmente con toda puntualidad.
Sin embargo, solamente pudimos suministrar esos datos, de valor estadístico principalmente, durante los meses de enero, febrero y marzo de 1921.
Hacia el 15 de Abril, el Laboratorio Nacional, fue cerrado, y el personal despachado, sin más noticia que la palabra: Crisis! Orden superior.

Con los muebles, instrumentos, y enseres de laboratorio que tenía, me dispuse a trabajar, como otros médicos de la Ciudad ya lo habían hecho antes, quizás con menos preparación.

No obstante mi buena disposición de ánimo, me pareció desmedido anunciar la instalación de un Laboratorio Clínico. Amén de que sabía, por intercambios que siempre mantuvimos, que el Dr. Fernando Alberto Defilló, en sociedad con el Lic. Manuel Martínez Boog, cuñado suyo y buen amigo mío, estaban en los pasos para instalar un Laboratorio Clínico en forma, tal como lo habían vivido en la Habana en ocasión que he mencionado.

Lo mío fue, ergo, una “Oficina de Análisis Biológicos”, modestamente dicho y hecho. Fue efectivamente el de ellos el primer laboratorio clínico instalado en la Capital y el resto del País. En esta época se hubiera llamado “Oficina de Bioanálisis” ú Oficina de Análisis Biomédicos.

En una libreta, marcada con una letra, llevaba asiento de cada análisis, numeración.

La epidemia de Viruela (o Mastrim) no había cesado. En la Villa de Baní, estaba atacado de la enfermedad epidémica el Dr. W. Guerrero, reputado médico, que había trabajado en la Capital con el Dr.Octavio del Pozo V. Fui llamado para asistirlo y para atender a su numerosa clientela, que le distinguía y apreciaba con sobradas razones.

Mi permanencia en Baní no fue larga. El colega se repuso poco a poco y me retiré, muy contento de las apreciables amistades y afectos creados en poco tiempo. Para las fiestas de Nuestra Señora de Regla, que cae en el mes de Noviembre, me invitaron del Club y atendí gustoso a la invitación.

El Dr. Wenceslao Guerrero y su esposa, quedamos unidos como compadres, al bautizarle yo uno de sus hijos. De la sociedad banileja recibí siempre muestras de simpatía y afecto.

Durante el funcionamiento de mi Oficina de Análisis, me vi favorecido por las ordenes de análisis que el Dr. Pedro Emilio de Marchena, entregaba a sus pacientes. Ya por mis servicios en el Laboratorio Municipal, yo era conocido del distinguido maestro que me demostró que me ofreció, desde la época en que le tocó dirigir el Laboratorio Municipal; durante la ausencia del Dr. Fernando Alberto Defilló, con motivo del viaje a Cuba, en compañía del Dr. S.B.Gautier y del ayudante Ml. Martínez Boog.

También encontré asidero en la Clínica Quirúrgica del Dr. Ant. E. Elmudesí, recién llegado de Francia. Era el mismo establecimiento que el Dr. F. Rivero, había establecido, en los altos de la casa Núm. de la calle Arzobispo Nouel (o Santo Tomás) cerca de la esquina de la catedral (calle Arzobispo Meriño ó Consistoral). El Dr. Rivero se preparaba para regresar a Venezuela. El Dr. Elmudesí estaba bien preparado; se abrió paso como cirujano y adquirió pronto clientela.

Tenía la clínica un microscopio de marca Koriska, fabricación italiana. Por las tardes atendía a los análisis de los pacientes que se presentaban ó que se examinaban para ser operados.

Trabajo no me faltó, ni entusiasmo.
Durán era el administrador de la Clínica. Rhea Cuello la enfermera. Todos armonizamos bien.



En San Pedro De Macorís

El Hospital “San Antonio”




El Hospital San Antonio, había encontrado un padrino. Fundado por el Padre Antonio Luciani, italiano, se sostenía principalmente, con los fondos de una lotería, administrada por Don Andrés Pérez, comerciante principal, establecido en la calle “Separación” esq. “19 de Marzo”, que gozaba de muy buen crédito y de absoluta confianza; como para acreditar la lotería del Hospicio ante el público.

Era realmente un hospital que acogía los pobres enfermos y los trabajadores de los ingenios azucareros de la región, que caían en cama, por accidentes o por cualquier otra causas durante la zafra. El Ingenio Porvenir y los demás contribuían al sostenimiento.

En las ultimas zafras, un hacendado, colono de “El Soco”, de nacionalidad alemana Carl Theodor Georg, de piadosos sentimientos, se había interesado en el Hospicio; el cirujano que operaba en el establecimiento, el Dr. Eugenio Moscoso Puello (colono también) había atendido enfermos de “El Soco” y los había visitado en esta colonia también. De esta amistad surgió la idea de mejorar el Hospicio, propuesta por Mr. Georg.

Como el Hospicio era un legado del difunto Padre Luciani a la Iglesia Católica Dominicana, el próximo paso de Mr. Georg fue hacer los arreglos necesarios con su Ema. Monseñor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla, Arzobispo Metropolitano. Con Monseñor Nouel, no hubo dificultad. Dio las ordenes pertinentes para que el Tesoro del Arzobispado, Rev. Canónigo Jacinto Ravelo entregara los fondos que tenía disponibles en la cuenta del Legado del P. Luciani, la cantidad de 20,000. (Así me lo contó una vez el propio Georg).

Un día del mes de Abril 1922, mi primo Gustavo de la Rocha Read, se acercó a mi para decirme que Mr. Georg deseaba que yo lo visitara. (Creo que hubo alguna sugerencia del Dr. Moscoso, mencionando que yo había sido Director del Laboratorio Nacional, por entonces cerrado a causa de la Crisis del Gobierno).
Me dispuse a ir y así lo hice y por conducto del pariente respondí.

Entre Mr. Georg y yo convinimos en que yo me trasladaría con mi laboratorio a San Pedro de Macorís, instalándome en el Hospital. Residiría mientras tanto en el “Gran Hotel”.
Recibiría $ 25000  y las entradas por concepto de servicios de laboratorio a particulares.

A mi llegada a S.P. de Macorís, las obras de construcción del nuevo edificio estaban bastante adelantadas. Se veía un edificio de 2 plantas, casi a cabo de terminar. En la planta baja, lo que pronto sería sala general de enfermos, sobre dos burros y unas tablas largas desplegué mi material de laboratorio que había embarcado la víspera, en la bandeja de un balandro que hacía la ruta a S. Pedro por la noche , de Puerto a Puerto. El armario con vidriera, sufrió la rotura de un vidrio en el transporte. Cuando por la tarde regresé del Hotel ya estaba repuesto por orden de Georg.

Sobre la mesa provisional puse mi microscopio Carl Zeiss. También el microscopio del Hospital, regalado por Georg, y con objetivos apocromáticos todos y platina graduada de precisión.
-Yo tenía dos campanas y la adjudiqué una al referido aparato, cuando hice mi viaje después-

Las obras seguían tan rápidamente que ya el Dr. Moscoso operaba en la sala de operaciones nueva de la parte alta.13
En los altos había ya local dispuesto para el laboratorio, con una gran “campana” o “capilla” de gases.

El maestro de obras era Don Jaime Malla, español, trabajador activo.
Se ordenaron los muebles a la casa de Iglesias, Fábrica de Jabón y Mueblería. Se tomó mi armario de modelo, se hizo una mesa central para reactivos como un diseño de convención; además de una gran mesa lateral (pero no adosada a la pared) y 2 cómodas.

Entre la gran mesa y la pared se colocó un destilador (alambique) de agua, y un autoclave de 40 cm que funcionaba con lámparas de petróleo. Después al alambique se le puso una unidad eléctrica.

Al mismo tiempo se formuló un pedido de cristalería a Date, de Alemania; de reactivos a Schering, y colorantes a Grübler, también de Alemania. El material se completó con un horno eléctrico de Freas, y una balanza de precisión, que se consiguió en el Lab. Nacional, cerrado. Logré ajustar el horno Freas, que no funcionaba bien, con excelente resultado.

Más adelante se fabricó una mesa a propósito  para serología; trabajo sentado. Otra para el microtomo Minot.
El acabado negro de las tapas, lo indiqué. Se hizo muy popular entre sirvientes y enfermeras que lo aprendieron a dar a la madera y aún a la lona.

Algunos meses después, contiguo al laboratorio, se terminó una pequeña habitación que me sirvió de dormitorio y descanso. Entonces hice traer de la Capital mi mueble armario-comoda para caballeros, con espejo biselado, que me fabricó el ebanista Anton Lewison, según modelo -el ebanista enfermó y murió, dicen de lepra.

Otra ebanistería de S.P. de Macorís, me hizo un  velador, según mi diseño y una cama de caoba de plaza y media que también diseñé. (Véase notas, paginas 68).

No quiero seguir adelante, sin hacer notar la aprobación de mis padres a mi traslado a San Pedro de Macorís. Un amigo de papá, el señor Ml. Tejera Peignard (Cholín) informado ocasionalmente de mi traslado, predijo ahí estará el bien.

14Las obras de fábrica continuaban rápidamente. A poco lo que quedaba del antiguo local de madera se echó abajo y se completó el cuadro de la construcción. Lo último conservado fue la casa de las monjas, fabricada anteriormente por Mr. Georg a sus expensas;  y de esta parte solo quedó en pie la Capilla de N. S. de las Mercedes, donde se decía misa todas las mañanas y los vecinos acudían los domingos y fiestas de guardar. Las monjas oraban cada 3 horas “los oficios” en latín...

para la parte de la fachada principal del edificio, se imitó la del Hospital Mercedes de La Habana, que se veía muy bien en una de mis postales. Dejaron de construirse las dos columnas ornamentales. Por lo mismo que no eran funcionales, se decidió emplear el cemento en otra parte.
La escalera principal resultó muy vistosa porque no se le encontró otra solución más adecuada. Hasta entonces ningún hospital del país había sido construido de 2 plantas y, finalmente, una parte se construyó de tres, para alojar a las monjas del servicio.
Preparamos tres formularios para los informes de laboratorio, tamaño de 1/2  página de papel maquinilla:
1.    Orina, con numerosos corridos, en papel amarillo; caracteres, anormales y microscópicos; unos debajo de los otros.
2.    Sangre: hemograma, parásitos.
3.    Otras; rallados en blanco, heces, etc.
Estas últimas dos en papel blanco. Se dejaba copia de cada informe en iguales formularios que se empaquetaban cada mes.

No cabe duda de que el Dr. Fco. Moscoso Puello operaba muy bien, y, él estaba convencido de ello. En las primeras semanas tuve ocasión de llevar de la Capital a una paciente para ser operaba de un fibroma uterino. Fue internada y operada sin ningún tropiezo, no obstante, luego de concluida la operación, se quedó muerta en el quirófano, antes de trasladarla a la sala de los recién operados. Me dio pena y la familia fue comprensiva.

Poco después, vino una Nurse norteamericana, recomendada para el trabajo quirúrgico. Las Nurse Miss Mary Hamilton era competente y trabajadora, físicamente elegantona y seria. Duró poco en el Hospital. Renunció por desavenencias con el Dr. Moscoso.

Algún tiempo después hubo otras dificultades.
Sinforosa Guzmán era la Nurse de la sala de operaciones: era de color. Muy buena enfermera. (No hubo dificultad15). Nos llevábamos todos bien. De buenas a primeras el Dr. Moscoso y Mr. Georg, en desacuerdo. Vino entonces el Dr. Luis E. Aybar al puesto de Cirujano y Médico del Hospital San Antonio. Moscoso se fue a su clínica. Las cosas siguieron marchando bien.

Hacíamos reuniones en la sala de actos del Hospital. Leíamos de Anatomía ó de cualquier otra materia, con el fin de que Mr. Georg y los estudiantes se instruyeron y se ejercitaron en sus conocimientos.

Se operaba regularmente el Dr. Aybar era muy cuidadoso para escoger sus casos; sobretodo en la selección de los tipos de anestesia.No existían los anestesistas, ni los aparatos que se conocen hoy. La raquianestesia era preferida. El aparato de Ombredame para éter, cuando se hacía la anestesia general, era el usual. Alternábamos en el puesto de anestesista médicos y practicantes y nurses también, pues eran frecuentes los casos de urgencia.


Médicos Y Auxiliares Del H. San Antonio

Dr. Eugenio Moscoso Puello,
Dr. Alejandro Coradín
Un Practicante: Perico
Nurse: Miss Hamilton (USA)
Dr. Emilio A. Guerrero, Ayudante.
Dr. Luis E. Aybar -
Nurse:
Dr Julio De-Windt (1921)
Dr. Angel Mesina P. (1927)
Dr. Rafael Ma Albert (1924)
Dr. Antonio Tejada G.
Dr Ml. Emilio Sánchez (1923)
Dr. Emilio Rodríguéz Oca (1913) - consultante Orl
Nurse: Juana-Olaya Pérez. (P.R)
Enfermeras: Anacaona Ravelo. Susana De...
Celia Peguero. 1924-
Claudina Arias  (después partera)
Practicantes: Obregón, Joaquin (1937)
Rafael Aristides De Marchena (1938)
Br. Antonio Musa (1939)
Braudilio Véles Santana (1934)
Laboratorio: Dr. Héctor Read (1918)
Ayudantes: Angel Ponce Pineda (1944)
                    Jaime Oliver Pino(1933)
                    Toribio L. Garcia G. (1932)
                    Rafael Faxas Valdez (1933)

Hermanas Mercenarias De La Caridad

(En 1910 vinieron las primeras, Sor Luisa Larrañaga fue la fundadora, en el P. Billini).
Rev. Madre Sor Angela Santiesteban, S.P.M.
Rev. Sor Genoveva Lander
Rev. Sor Inés
Rev. Sor Concepción
Rev. Sor Agueda
Rev. Sor Visitación
Rev. Sor Amalia
Rev. Sor Inocencia
Rev. Sor Justa
Rev. Sor Elisa

 Capellán:










La lista de las páginas anteriores da una idea del personal médico y auxiliares principales en los trabajos propios de la cirugía y medicina en servicios del hospital.

Desde que se pudo, se instaló una sala de partos, que siempre fue muy frecuentada.

Había además, sala de hombres: cirugía y medicina, y sala de mujeres con iguales denominaciones. Los enfermos graves, aparte. Los tetánicos, aparte. Los pocos crónicos en sala general o separados, según caso y circunstancias.

También se le dio importancia desde el principio, a la practica de las autopsias. Aunque no teníamos una técnica, imitábamos los cortes quirúrgicos; otras veces las prácticas de la disocian, y nos faltaba método. No obstante eso; aprendimos mucho en los cadáveres y se guardaron piezas interesantes. El interés de Mr. Georg estimulaba a otros. El inauguró también la colección de piezas instructivas ó raras que continuamos después.16
­
En el verano del año 1924, el benéfico Mr. Georg y su distinguida esposa, Doña Constance Meinecke de Georg, hicieron un viaje a 17Alemania, en barco: -Todavía no había aviación transoceánica.- Fue por cierto , la última vez que tuvo ocasión de ver su tierra natal.
Estaba bien relacionado con firmas comerciales alemanas, sobre todo en Bremen y Hamburgo. Trajo también un aparato de Diatermia, para terapia y una lámpara de cuarzo para ultravioleta: “sol de montaña”.
Al mismo tiempo consiguió con el Director del Hospital General de Eppendorf (Hamburgo) que un médico radiólogo viniera a San Pedro de Macorís para hacerse cargo del Instituto Roentgen que tenía proyectado para el Hospital “San Antonio”.

Consiguió asimismo con el Profesor Ludolf  Brauer, que era el director del mencionado Hospital de Eppendorf, hacer un intercambio de Médicos Asistentes (Assintentenärtze) entre el Hospital de Hamburgo y el de Macorís.
De Eppendorf vino el Dr. E. Jahnke y yo fui el designado para el intercambio. El Dr. Jahnke trabajaba en el Instituto Patológico de Eppendorf con el Prof. Fahr, que lo apreciaba mucho; habían venido ambos del Hospital de Barmbeck  (otro de Hamburgo) cuando el profesor Fahr sucedió al célebre Prof. Eugene Fraenkel, anteriormente en Eppendorf, en la cátedra universitaria de Hamburgo; Fahr se había hecho famoso por sus originales trabajos sobre el riñón y el Mal De Bright.

Cabría agregar que fue justamente en Eppendorf donde primero se aplicaron los Rayos X de Roentgen a la Medicina. Su instituto es por lo tanto el más antiguo de todos. La iniciativa fue del Prof. Kühmel, cirujano propulsor de la apendicectomia, operación que ha salvado tantas vidas en el mundo.
El Prof. Ludolf Brauer con el pneumotórax, terapéutico en la tuberculosis pulmonar  se había hecho famoso en todas partes. Tal vino a ser mi padrino de estudios e Alemania.
Aquí muy bien acogido por el prof. Fahr, que veía en mi conducta, un vicario de su amigo y discípulo Dr. Jahnke. El Dr. Janke estaba muy bien preparado, según pude saberlo en Eppendorf. Me adelanto.

Al “correr de la pluma” me he adelantado a los acontecimientos. Antes debo relatar cierto hechos. Sufría desde muy niño de una hernia inguinal “congénita” y de hidroceles derecho. Esto me llevó de médico en médico, de tiempo en tiempo. (He dicho congénita, entre comillas, porque siempre pensé que la había provocado mi estreñimiento, de que padezco desde los 5 años, que yo recuerde; es sólo en los últimos años que he leído algunos autores que mencionan este padecimiento como causa determinante de la “disposición congénita” en estos casos).

18Antes de emprender viaje decidí someterme a la operación y el Dr. Aybar se dispuso a operarme. Había un pero, tal es el caso que mientras yo estuviera en cama, no debían interrumpiese los trabajos del Laboratorio del Hospital. La dificultad quedó abordada cuando comuniqué con mi amigo el Dr. Sánchez, muy capacitado para sustituirme, aceptó y vino a realizar mi trabajo durante el mes que debía durar mi imposibilidad física.

Fue este un arreglo tan atinado que el Dr. Manuel Emilio Sánchez  y Sánchez, se quedó en el Hospital, encantados todos de  él  y él  de su trabajo y compañeros y compañeras. Finalmente casó con la Srta. Rosita Pérez (hija del Dr. Ml. A. Pérez) y formaron hermosa familia en San Pedro de Macorís.

A principios de enero de 1924, se incorporó el Dr. Rafael Milciades Albert, quien también se quedó permanentemente en S.P. de Macorís.- Se caso con una Srta. Vegana Ma. Cristina Mota. Han formado una distinguida familia.

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 1) En esa misma fecha se recibió R. Ernesto Valverde
 2) filósofo y físico norteamericano, inventor del pararrayos
 3) Alcides García Lluberes, que estaba recién graduado (1919) se antojó de mis muebles y pedí otros para él con igual satisfacción.
 4) En fecha 29 de Agosto 1919, fue la desastrosa catástrofe del Acorazado de “Menphis”.
 5) salía también en el bote un oficial de Aduana. Véase también  nota en la página 
 6) y el “Huron” s.p.
 7) Dicen que Petán “dispuso” del  hierro viejo.
 8) Castro, Cipriano -ex-presidente venezolano. 
 9) 1881-1882
 10) Se complementaba el tratamiento con baños creolinados.
 11) “Listín Diario”, 1920. 
 12) Revista de Ciencias Médicas, Director: Dr. Viriato A. Fiallo.
 13) véase nota más adelante pag.
 14) Después de instalado en el Hospital como dejo dicho, conservé la costumbre de ir a almorzar los domingos donde mi tía Doña Tuena. Allí mandaba los trenes domésticos mi hermana de crianza Srta. María Figueroa, soltera, después casada con Casó Ramírez
15) Esta frase sobra: por motivos de conducta del Cirujano con la señorita enfermera, esta pidió su retiro y dejó su cargo.
Sin más palabras se comprende el retiro del Dr. Moscoso, después ya poco.

16) no hubo inauguración celebrada, sino que , un día al disponerse el traslado de los enfermos a la nueva sala de hombres, las Mercedarias lo hicieron, luego de que el Capellán bendijera las obras nuevas.
17) El vuelo famoso de Ch. Lindberg, fue en 1927 (20 de mayo)
18) Creo que fué en 1923, “mucho antes”...

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