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La Medicina en Santo Domingo hace 100 Años

Héctor Read Barreras, autor de estas notas vivió 91 años de 1897 a 1988 en Santo Domingo. Licenciado en Medicina de la Universidad de Santo Domingo y Doctor de la Universidad de Hamburgo fué declarado por la Asociación Médica Dominicana  como uno de los Padres de la Medicina de su país.
Al preguntarle sus hijos por detalles de su juventud con tanta frecuencia, decidió escribir estas notas autobiográficas que hoy publicamos.






Autobiografía
Dr. Héctor Read Barreras




Santo Domingo, R. D.
Junio de 1997



Contra siete vicios hay siete virtudes:

Contra pereza  -  diligencia
Contra gula  -  templanza
Contra avaricia  -  largueza
Contra lujuria  -  castidad
Contra la ira - paciencia
Contra envidia  -caridad
Contra orgullo  -  humildad

4 de octubre  (1983).  Día de San Francisco de Asís                                                           

Las facultades del alma son tres:
               Memoria
               Entendimiento y
                Voluntad

Ave María gratia plena!
Dominus te cum...
Benedicta tu in mulieribus et
Benedictus fructus ventris tui Jesus !

Nací a prima noche del Sábado 29 de Mayo de 1897..
Me bautizaron en la Santa Iglesia Catedral.
Fueron mis padrinos, Don Luis Eugenio Ricart, residente por temporadas en La Habana, Cuba, y Doña Antonieta Read de Morales , mi tía, residente en San Pedro de Macorís.

Mi padrino de confirmación fue Don Luís E. Del Monte, un amigo de la juventud de mi padre y luego dueño de una apreciable fortuna, ganada en sus negocios de café, en Barahona, con Don Pablo Caballo, italiano, su socio. El arzobispo que me confirmó en su Palacio Arzobispal y Oratorio fue Su Señoría Ilustrísima Don Fernando Arthuro de Meriño, Arzobispo Primado de América, etc. +1906.

La Escuela Primaria San José, del Barrio de la Catedral fue mi primera escuela, a los 5 años de edad. Su directora la Srta. Rita Emilia Suncar fué mi maestra de primeras letras y allí aprendí a leer, con el Libro primero de Luìs Felipe Montilla.

Luego de memorizar las 27 letras, y reconocer las cursivas y las latinas  (en impreso)  y las góticas, se comenzaba a deletrear por el b, a, ba; b, e, be; b, i, bi; b,o, bo; b, u, bu, etc. (y Más sabe el burro que tù.)...
Todavía recuerdo  las viñetas y algunas de sus frases y sus versos. “El niño sube y baja" , “La dulce piña “,  “El sabor de la uva” y otros más.

Se memorizaba de tanto repetir y se repetia lo mismo, por cada alumno del grupo, de varones o de hembras. Yo era de los más pequeños, conmigo estaban Luis Blanco, Pablito Montolío (hijo de Florinda, mi vecina).

Entre las hembras, todas mayores que yo, había una que Dios moldeó en carbón de piedra (parece que no había otro barro en el lugar de su nacimiento) . Se llamaba Altagracia Ladrillé  (lo del ladrillo me la recuerda).

Allí estaba Angélica Sinclair, parienta de la maestra Corina Rueda y su hermana menor, Vetilia. También otra niña, bien conocida  mas tarde, cubana, Luz María Torres (después pianista). Asimismo Julieta Otero  (Coseta)  y su hermana algo menor Belisa y otra Suncar.
Ocasionalmente,  en unas calificaciones recuerdo a Marya Martí, que le hizo gracia mi representacion infantil, en que entraba la fase, “Mamá tenía jaqueca”.

Un recuerdo triste: entre mis compañeritos había uno llamado José Cassá. Hijo de Don Pepe Cassá, el que tenía una pulpería bien surtida, en la esquina de (N-O) de la calle Consistorial y la General Luperón, próximo a la casa de mi abuela Doña Dominga. Por cierto allì se vendía, en botellas un líquido amargo, muy amrgo, llamado Cerveza Cruz Roja. Era muy espumoso, la gente le agregaba azúcar, agua y hielo, si lo había.

Mi condiscipulo Cassá era blanco, pálido y gordo; supe que tomaba mucha leche y hasta en el sudor trascendia olor de lecha cortada. Un día faltó a la escuela, porque estaba enfermo. Siguió faltando y no volvió más... Nada más supimos... -nefrosis?-

De los grandes era Manuel Emilio Suncar. Tenía una cojera muy fea y pronunciada- después he pensado que sufrió parálisis infantil......

Teolinda Cuello era tambien alumna de mi tiempo. Irene Pineda su hermano menor , Julito Cuello era de mi grupo,  si mal no recuerdo. Hay algunos otros "personajes" que me vienen borrosos a la mente o hé olvidado sus nombres.. Frank Jimenes y Pucho Garcia, Luis Blanco.

Entre los hombres de entonces, en la escuela ví alguna vez al Señor Abreu, era el inspector de escuelas (Raúl Abreu).

Pero hay dos figuras más en los difusos recuerdos: Nicolás Pichardo y el Sr. Heriberto Pieter, que daban clases a las alumnas más adelantadas. Del último creo recordar que daba Botánica; explicaba las células y las fibras y los vasos espiraleados, de los tallos y hojas. Aunque de color ,vestía muy pulcro. ( yo tendría 6 años no cumplidos entonces) Me llamó la curiosidad. (1904)

Debí explicar antes que aunque nací en la calle Padre Bilini, cerca de la Sánchez y Santomé, en casa propia  (de mamposterìa) de mì  padre, mis primeros recuerdos infantiles datan de la vivienda en la calle del Estudio (Hostos) acera oeste y frente a la casa de mi escuela.

Nuestros vecinos de al lado, eran la familia De la Fuente, y en la esquina contigua Don Manuel Calero, casado con una  (que después supe)  fue monja anteriormente.

Don Eustaquio de la Fuente, fué muerto por una bala perdida, que lo sorprendió en su escritorio, en la casa de Juan Parra Alba, 1903, en el mismo sitio murió también su hijo Luìs. ( El escritorio de Don Eustaquio fué el que ocupó mi papá, años después, en la firma que se transformo en  “La Industrial y Comercial, Compañia Anònima” , Sucesora de Juan Parra Alba ), 1910?
.
Creo recordar bien que Don Eustaquio fué enterrado en el patio del Convento, dos cuadras más abajo de la calle Hostos. Fuí al entierro como muchachito travieso, con Horacio mi hermano, en traje de colores  “según me dicen”... Muchachos al fin.

El padre de la maestra era de ofìcio sastre, y tenia el taller en una habitacion que daba a la calle Hostos de la misma casa.
Otro elemeto era  “Bacalao con Papa", así por mal nombre apodado uno de los progenitores de la Señorita  ( abuelo?- tìo?  ). Era un infeliz de aspecto pordiosero ó alcohólico inverterado.

Más adelante me ocuparé de los otros del vecindario y los recuerdos de los suscesos ocurridos.

De la casa de la calle Hostos ó del Estudio nos mudamos a los altos de la casa No. () de la calle Santa Clara ò Comercio, frente al asilo de las monjas.

La casa,  ( tal como existe hoy ) es grandísima para una familia de 4 personas inclusive dos niños varones. Creo que el propietario era Don José (o Ml.) de Jesús Alvarez.  Una parte estaba ocupada por el  “gabinete del general Polìn Espaillat”. Nunca lo vì abierto.  Esto debió ser en 1903, yo tendría 6 años. En el patio que era inmenso y se comunicaba con el de los vecinos, había muchas matas de plátanos, mangos “cilindros”, y otros frutales. En los bajos vivía un señor Ortiz con su mujer y una hija llamada Tatá: eramos amiguitos. Mas nunca la ví (Amadeo me dijo que la conocia) . Con los años supe de Oscar Ortiz pendolista del gobierno y muy apreciado ( tambien jugador ?).

Aunque vivimos allí poco tiempo, recordaré los vecinos. En la casa de altos contigua al sur, vivía una familia que oí decir eran los Freites: debieron ( Próspero ) ser propietarios.

La subsiguiente casa, también de de altos, la ocupaba el artista amigo de la juventud de mis padres, Abelardo Rodriguez Urdaneta y su esposa e hija Elenita. Mi mamá entonces recordaba que Abelardo había pintado una virgen impresionatemente bella.  Debió ser hemos pensado, una de la Altagracia que está en Barahona. En estos últimos años ( 80 ) se ha mencionado al repararla en los talleres...
Mi mamá jamas la volvió a ver y siempre la mencionaba.

El resto de la manzana,  hasta la calle San Pedro era más o menos ruinoso. Había sido abandonado en siglos pasados.

Para el año 1910, el Dr. Octavio del Pozo y Vicioso, adquiririó en propiedad esas casas solares y levantó una clìnica celebre, con planos del arquitecto británico Nechodoma: ahí está inconclusa. Su dueño actual Bermúdez de Santiago.

Por lo que hace al convento de las monjas tenía el largo de nombre de “Asilo de la Exaltación de la Santa Cruz en Santa Clara” Supe este nombre en años después. Supe después que era una Orden Arquidiocesana, creada por Mons. de Meriño, la historia sigue.

Sor Benita de Palermo era por entonces la Superiora. Mamá muy devota siempre hizo buena amistad con ella y todavía guardamos un bajo-relieve, obsequio personal que conservo en su recuerdo. Eduardo lo recordó poco antes de morir, con satisfacciòn: doble recuerdo pués.

La casa de la esquina opuesta al convento de la Santa Clara, era como un impresionante castillo exótico, pero, casa  “artificial”  de este siglo. ( Hace algunas décadas fué remoldelada: creo que aquí vivió y murió un hermano de Trujillo.) En aquel entonces en esta esquina estaba el último foco eléctrico de arco de carbón.

Durante la permanencia en este vecindario, ocurrió la muerte del Santo Padre de Roma. Muchos toques dobles de campana,  a cada hora. 1903, Julio.

Volviendo atrás al vecindario de la Calle Hostos.
En la acera de enfrente vivía la familia de Don Juan Paradas, los muchachos eran los mayores del vecindario y no tuvimos mucho contacto con ellos.

Don Juan era uno de los más afamados sastres de la época, según he oido decir.

Contiguo vivía una corta familia, sin niños, notable por un Juan María "el Loco".

Al lado la familia de los Diaz-Ordóñez. De entonces data nuestra estrecha amistad con ellos: Virgilio era tan solo algo mayor que yo. No sè a que escuela asistía entonces.

Contiguo mas allá estaba la familia de Don Angelo Porcella, un italiano de la casa de los Vicini, amigos de papá, desde una generación antes, pues Vicini (el viejo Don Juan B. Vicini) y Don William August Read eran ambos comerciantes importantes de esta plaza.

Margarita la niña de la casa debió ser mi contemporánea (Más adelante encontraremos a Don Angelo y familia, romeros en coches de caballos, al Santuario de Bayaguana).

Pero volvamos sobre el lado nuestro en aquella calle.  No digo la acera porque entonces eran unas mas altas, otras mas estrechas, de distinto material, discontínuas dejando a veces hiatus molestos entre sí.  Al lado había, y todavía las fachadas se conservan, dos casas de ventanas cubanas, de rejas.  En la inmediata vivía Pablito, mi compañero de escuela y su mamá, Doña Florinda.

La siguiente la ocupaban unos ingleses, el Señor Cónsul de S.M. Británica.
Alguna vez la desocuparon y papá la pidió para renovar los pisos de madera de la que vivíamos.

    Fue sorpresa y aprendizaje para nosotros los muchachos, Horacio y yo, porque todos los pisos eran de losetas, de mosaicos, como decimos ahora.  Las paredes muy pintadas al óleo. Las puertas de maderas talladas y caladas.  En la cocina los fogones sobre un lomo de mampostería (como en casa de mi abuela Doña Dominga) y finalmente el inodoro con tanque en lo alto y palanca y cadena para descargarlo.  Primero que conocí.  El agua venía por tuberías.
En el patio, grande, asolado de cemento en su mayor parte, había una hermosa mata de cajuilitos sulimanes.

Un recuerdo de esta mata lo tengo porque bajo su sombra protectora, alguna vez, curioseamos la preparación de los cascarones para el día de San Andrés, 30 de noviembre. Era un juego tradicional de fiesta popular.  Se guardában los cascarones de los huevos que consumían familias y fondas, desde luego cuidadosamente abiertas para dejar un orificio pequeño, por donde sacaron el contenido.  Los cascarones se llenaban de agua perfumada o de Florida (de Murray, Laman & Kemp) o de Cananga de la misma casa o marca.  Con trapitos, sumergidos en cera de abejas que se fundía en  un calderito, al calor del carbón vegetal ardiendo; se tapaban los huevos, se les dejaba en posición conveniente, con lo cual al enfirarse quedaban sellados.  Por la tarde, se paseaban en coche descubierto, o en victoria las jóvenes, señoras y señores, disparándose con tan perfumados proyectiles.  Mis tíos, Francisco y Manuelico, eran hábiles en estas preparaciones de los cascarones de San Andrés.  Y nosotros curiosísimos notábamos como las abejas, al olor de los vapores de la cera, aparecían en el lugar donde estábamos.

Después volvímos a nuestra casa y los Morales (del Seybo) ocuparon la casa, sus propietarios, hasta el día de hoy, según pienso.  Doña Mélida viuda de Luis Conrado del Castillo fué su última vividora.

La casa de la esquina, era como las demás (de una sola planta) baja.   Ahí estaba el establecimiento comerical de Don José Celito García  “ La Fantasia “ . Una bonita tienda con objetos artísticos muy variados y muy bien provista. pero su dueño sufría del mal de Lázaro , y con el tiempo desapareció su negocio y él tambien. Celito era músico y compositor.

La esquina opuesta a la tienda  “La Fantasia”  era la del Club Unión. Una sociedad cerrada, de las personas connotadas de la Capital. ( Modestia aparte mi papá era “del Club.” )

Cuando por las tardes ( a las 4 ) salía de la escuela, caminando por las mismas aceras de la manzana, “sin apearme”, llegaba hasta la esquina del Conde con la Duarte, allí Don Pancho Moscoso, viejo blanco, con melena blanca, corpulento, dueño del establecimiento me despachaba  “ un real ”  de queso  “ holandes ” para acompañar mi galleta que me esperaba en casa.

Un  “ real ” era una moneda dominicana de nickel, que valía 2 centavos de dollar y 10 del peso nacional. !Qué tiempos !.
(Don Pancho era el padre del Dr. Francisco Eugenio Moscoso Puello y “otras yerbas “, según creo: éste escribió su bibliografia en “ Navarijo ”).

La escuela funcionaba de 8 a 11 de la mañana y de 2 a 4 de la tarde. Los Sábados hasta las 11 a.m. - Los exámenes eran en el mes de Julio - Agosto era el mes de vaciones.

En la escuela Doña Manuela Suncar, tía de la señorita Rita Emilia, nos enseñaba a rezar.

De las personas amigas de mi madre que entre dias visitaban en casa, tengo presente a Doña Benita Gutiérrez. Una pobre castellana que soía decir “yo nacida en un León y criada en un Madrid ” con su clara pronunciación castiza. Lucía vieja; debío ser ama de llaves de alguna casa de Madrid. ( Creo que vino al país como costurera de una compañia de comedias ).

En esa época hizo un viaje a  San Pedro de Macoris mi padre. A mi me pareció que no iba a regresar: su ausencia me dió miedo. Pero en eso regresó . Los viajes eran por mar, en balandros o goletas, ocasionalmente  “en el vapor americano “.

En el recuerdo difuso de los  tiempos hay dos hechos  “ históricos “ que narrar - el volcán de la Martinica es uno, el otro es el bombardeo de Pajarito. Hay también el incendio de San Carlos y del  “ tranvía “. Tengo que consultar apuntes históricos ciertos.

El recuerdo más lejano que creo tener es del 23 de Marzo ( 1903 ).El tiroteo de esa tarde más el hecho de haber visto desde la ventana de la calle un hombre tendido en la acera en traje de trabajador corriente, boca arriba, muerto, sobre la acera, lo he tenido presente por el resto de mi vida. Un transeúnte víctima de un tiroteo. En Mayo 1903 ya cumpliría 6 años, y Horacio 4 un mes antes (Abril 3 ), se recordaba del caso.

En el año 1902 fué la erupción del volcán de la Martinica. No sé si por relato lo he podido asociar a algún dia de revuelta pública, porque  “ las cenizas “ del volcán llegaban a la ciudad.

Del incendio de San Carlos por la revolución, recuerdo más. Nos llevaron después a ver las ruinas y cenizas del pueblo quemado.

Alguna vez visite la  “casa de la piedra” única quizás de material que había en el pueblo, también en ruina. Allí sepultaron los cadáveres de Pedro ( Perico ) Pepín y Juan Rojas. Lo del bombardeo de Pajarito, he verificado que fué en Febrero de 1904, “ Los yanquis estaban entrando.” ¡Qué reperpero!

Mas arriba, refería de nuestra vivienda y permanencian en el tramo de Santa Clara. ( Comercio  -Isabel la Católica-). Debo mencionar que el patio de Santa Clara, era un confuso vecindario interior, que a mi corta edad yo no podía apreciar. Sí recuerdo que frente a  nuestra casa, había en una de las ruinosas casas, un ventorrillo de verduras, cuyo señor dueño era Juan Mota. Su hijo se llamaba Juancito, tendría mi misma edad y jugábamos con él Horacio y yó. No supe después de él.

Un episodio debo relatar. Nos regalaron a mi hermano y a mí unos juguetes que creo nos trajo de Hamburgo mi padrino Don Luis Del Monte. Eran dos “carros” de Bomberos. Corríamos con ellos dentro de la casa una vez. El entrepiso era de tabloncillo.Debimos haber provocado o hecho mucho ruido, de tal modo que los vecinos de abajo se quejaron y tuvimos que ir con nuestros juguetes a otra parte, acosados por la incomodidad de los de abajo. Tenían razón digo, recordándolos. Horacio 5 y yo 7 años.

La razón principal de habernos mudado a esta casa, se dijo, fue que la de la Hostos era muy calurosa y poco saludable para los niños. La verdad era  que en cierta épocadel año, el sol entraba por la puerta de  la calle y atravesaba la casa hasta el patio. En otra época, al contrario entraba el caluroso sol del lado del patio,  por las tardes y llegaba hasta la puerta de la calle...

El equipo del escolar de entonces se componia del libro, ya mencionado, una pizarra (de piedra) frágil como vidrio, y un “creyon” del  mismo material, para escribir en ella. Se borraba con una esponjita húmeda, atada al marco de madera de la pizarra por una cuerda. Además un cuaderno de escritura de Rollin, editado por la Viuda Ch. Bouret, rue Visconti No.(   ) de París. Se escribía con tinta.
La primera plana de escritura era de palotes. Rayas paralelas casi verticales inclinadas de arriba abajo y de derecha a izquierda. Era un ejercicio aburrido: nunca le salía a uno bien el efecto de paralelas igualmente espaciadas. Y cuantas veces se derramaba la tinta; y cuando nó se manchaban los dedos. (?)
Ese material se acompañaba de un cuadernillo que llevaba las 4 tablas, sumar, restar, multiplicar y  dividir: para aprendérselo de memoria, una después de otra. No había otro camino.

Todos esos objetos se llevaban en un “bulto” o saco de tela a propósito, (o de tela charolada y correa, si era extranjero) para llevar a la bandolera.
No había uniforme, pero cada niño iba a la escuela con gorra. También llevaban una sillita de madera criolla, en la cual se sentaba y la cambiaba de sitio si era necesario, como se le ordenara.

Se pedía  “permiso” para ir a tomar agua ( u otra necesidad ). El sábado, por la mañana, se entregaban las notas de la semana a cada alumno, en su respectiva libreta: asistencia, conducta y aplicación - observaciones -si había lugar- . A la entrada y a la salida  debiamos saludar en alta voz. Me hace gracia recoradar estas cosas.

De hora en hora transcurrian las clases. Me gustaba ir a la escuela. La época de los exámenes era muy importatante, realmente eran una celebración. Las pruebas de lo aprendido eran orales; a veces graciosas las respuestas; otras veces lastimosos los fracasos, disparates u olvidos.
Pero más celebradas y festivas eran las calificaciones. Se le entregaban a cada alumno un papel satinado rosado, con impreso de fondo ( formulario )  donde constataba que la  “Escuela Primaria San José, del Barrio de la Catedral “ certificaba el aprovechamiento y las notas alcanzadas por el alumno. Firmado por la Directora.. ( Mi primera calificación la conservé hasta el 1945. Robadas con otros documentos semejantes, inútiles para el estúpido ladrón ).

Durante el acto de las calificaciones los alumnos recitábamos versos aprendidos de memoria. Desde luego, previa preparación del alumno, durante varias semanas en el ejercicio de aprenderse de memorias los versos. Una vez recité una poesía del libro de Montilla, El Beso Maternal. Comenzaba diciendo:

“ Dichosas las que han sentido
Su tierno rostro oprimido"

En otra parte decía:
“ Besa el polvo que pisó
Y la cuna que meció
Con aquel afán tan prólijo.
Tu no sabes lo que vale esa mujer,
Que vela siempre a tu lado
Con solícito cuidado.
Que ríe cuando tú ríes ( y )
 ( Que llora cuando tu lloras )
Y que si tu lloras llora...”

Los versos recuerdo teminaban:
“ Nunca cual ella amarás “

... dicho con mucho énfasis por mí que tanto quise a mi madre y a mi padre.

En otras  “calificaciones” prepararon un juguete ó  “representación”, en la que figurabamos Luís Blanco y yo haciendo papeles fantásticos. Yo entregaba unos bombones, contandolos  “eran veintitrés y son de chocolate”... La concurrencia, por que habían invitados de profesores y amigos  “grandes de la escuela", aplaudian risueños la "gracia" del realismo de nuestra comedia. La señorita  María Martí me lo recordaba siempre.

Era el uso y costumbre en las escuelas de la época - ( En la Vega,  me cuenta Polimnia ocurria otro tanto.) ( Ella tenía tambien sus cuentos.)
Otros versos:

“Subió una mona a un nogal,
Y cogiendo una nuez verde
En la cáscara la muerde
Conque la supo muy mal
Arrojola el animal
Se quedó sin comer.
Así suele suceder
A quien su empresa abandona,
Por que halla como la mona
El principio que vencer.”

Del mismo libro estos otros versos:

“Que en una marcial función,
O cuando el caso lo pida,  (  requiera ? )
Arriésgue un hombre su vida
Diga que es mucha razón.

Pero el que por diversión
Exponga un hombre sufrido
A juguete de una fiera,
O peligros de menores,
Sepa de dos cazadores
Una historia verdadera:

Pedro Ponce el valeroso
Y Juan Carranza el prudente
Vieron venir frente a frente
Al lobo más horroroso.

El prudente temeroso.
Cual otro Sancho Panza,
A una encina se abalanza
Pedro Ponce allí murió:
Imitemos a Carranza.”

Nunca fui amigo (amante) de los versos, porque me costaba un gran esfuerzo aprenderlos de memoria. Además, había que aprenderse de memoria igualmente las oraciones de los rezos. Lo mismo que las cuatro tablas aritméticas y sin suficiente razón para ello. Los números no se pegaban aunque las palabras sí, al fin, daban.
Las otras cosas que nos interesaban y nos enseñaban, estaban bien.
- Pero si no se hace memorizar a los niños  “Cuándo van a desarrollar esa facultad del alma”?
- Me parece que más tarde es más difícil.
- Cuando estudiaba gramática o literatura, me era difícil  “ ya viejo “, retener los ejemplos, me costaba trabajo y esfuerzo, y  “vergüenza”...

Pero observación notable, las palabras de los versos de las canciones, se retienen con la música, más facilmente.

Faltaba mencionar que los zapatos para ir a la escuela, los comprábamos en la tienda de Doña Anita Medina, la esposa de Don Andrés Leyba. Estaba situada en la calle del Conde, al lado de “ La Fantasía “ de José Celito García. Zapatos y medias americanos , se vendían allí entregándolos envueltos en papel de seda blanco, en cajas de cartón, con una gran herradura impresa en la tapa y unas palabras en inglés  ( School Shoes ó algo así )  Los precios eran como un dolar ó poco más. Eran  “altos” de cordones. Las medias cortas ó largas hasta las rodillas. (Doña Anita es la "Amelia Francasi" autora de las "Cartas de Meriño").

Para el año 1905 ya estábamos mudados al No 3b de la Calle del Arquillo, entonces de Santo Tomás. Este honor en nombre de Mons. Tomás de Portes e Infante, primer arzobispo dominicano, como he oído repetir en veces.

La mañana de la mudanza tuve la suerte de caerme. Me herí la barbilla, sangré y me desmayé. A poco me repuse y adelante!

La casa también era hermosa. El zaguán era estrecho, pero cabía cómodamente un coche, que no teníamos. Al fondo una puerta que caía sola cuando se la abría.
La puerta conducía a un amplio salón de estar ( o antesala ) , que daba al patio. Contiguo del lado de la calle, con frente al norte, la sala igualmente amplia, que comunicaba hacia el Este con hermoso aposento, de la Señora, que usaba mamá. Con ventana a la calle.

Todas las puertas y ventanas, estaban hechas en madera, adornada de espejos ( que dicen los carpinteros ) de fondo blanco, enmarcados en color azul claro. Arriba el tragaluz de encaje de madera, iguales todos y de buen gusto.

Los pisos eran tabloncillos de pichipén machihembrados. De lo mismo era el tabique de la sala al zaguán, sin puerta, pintado de blanco al óleo.

Había un “martillo” que servía de comedor con otro cuarto además, para jugar.  Seguía la cocina, amplia, que se adelantaba en el patio; era de madera techada de zinc (?) . Los fogones empotrados, y lavaderos lo mismo.

En el patio casi al centro, una especie de garita, era la boca del algibe, con los arreos de sacar el agua. Una pila al lado. En el fondo, que podíamos llamar traspatio, una caballeriza y otro cuarto, también de tablas era el lugar  excusado. En lo que podíamos llamar traspatio había una gran mata de pan - buenpán.

El antepatio estaba asolado con ladrillos y lo que restaba tenía canteras ó arriates para sembrar.

A mi madre le gustaban las flores y plantas, en general. Había una mata de  granadas , otra de guayabas  “injertas”. También,  consulita de florecitas amarillas, cienhojas, etc.
Un tamarindo,  junto al cuarto de baño, casita de madera aislada, aquí un tinajón vidriado, antiguo.

En esta casa residimos varios años. La noche buena de 1905  -dato histórico comprobado-  “Morales se fue para el monte “. No nos dejaron quemar los fuegos artificiales, que eran nuestra principal diversión en las Pascuas, de Horacio y yo.

En esta casa en 1906 - el 15 de Abril-  nació Eduardo. La partera se llamaba Tiná Trabout- muy conocida. Una señora morena obscura, entrada en años, que vivía en la calle de la Misericordia, cerca de la  Puerta ( Bastión Mella ) y en cuyo vecindario era la promotora de las fiestas de su barrio, según lo que he sabido después. Allí me llevaron en una de esas veladas. Adornaban las calles con matas de plátanos y de palmeras sembradas provisionalmente. Mucha gente y mucha animación.

El hermano de Tiná, era músico; tocaba clarinete en los bailes y en la banda municipal. Creo que fue de los que tocó el Himno Nacional,  por primera vez, con el maestro Reyes. Este honor lo tuvo también Manuel Rueda el padre de las muchachas, que anoté anteriormente, en la escuela de la Srta. Suncar.

Tenía Trabout una hernia inguinal escrotal, como una guanábana. Hubiera tenido que ir a Curazao para operarse, por que allá no había tétanos y tenían un buen hospital. (lo conocí en 1925). El  pasmo era un gran riesgo quirúrgico. Nunca lo hizo. Para 1906 cumpliría yo 9 años en Mayo.

Como juguete instructivo,  teníamos en el patio un par de (ambos sexos) de morrocoyes, que papá consiguió en el muelle. Se multiplicaron.

Déjenme recordar ahora los muebles de sala:
Una mesa de caoba ó  cedro, muy bien labrada - con paño tejido y florero central-  Sobre la cual una lámpara de petróleo de colgar, corona redonda, pantalla de vidrio lechoso, rodeada de pendientes ó lágrimas de cristal tallado (docenas) . Todo eso con un juego de dos cadenas contrapesadas por el peso del ciclo del cobre que soportaba o llevaba la lámpara, también de cobre, hacia arriba ó abajo, hasta la altura deseada.

Más bonito encontraba yo el fanal de vidrio del aposento: como un melón rosado, lámpara de petróleo y mecanismo de cadenas, contrapesado de sube y baja.. En la antesala otra lámpara de colgar más sencilla.

Los muebles de sala eran de bejuco negras: 4 mecedoras ( y no se rían )  cuatro escupideras una al lado de cada una, en el piso; además de un sofá y 12 sillas. Los fondos todos de pajilla tejida. Había unas rinconeras, un par de cuadros extranjeros colgados en la pared. Alfombra arabesca mediana.

En el comedor una mesa larga que después se cambió  por una americana de cinco patas, de roble. Un mueble guarda-comidas, un banco para la nevera, un artefacto cilíndrico con tapa y llave para el agua fría. Después hubo un filtro de porcelana vidriada, de 2 cuerpos.

En los aposentos, mamá tenía una cama blanca con bocel de hierro, papá otra negra con barras altas terminadas en perillas doradas ( para el mosquitero ). Nosotros cada uno su colombina. Había algún catre también.
Varias hamacas, que nunca me convencieron, para sestear ó para los tíos que venían del interior alguna noche de viaje.
Una hamaca de  “cajón”  cuadrada servía para poner al niño a ciertas horas.

Baúles no faltaban. Había dos armarios grandes; uno de pino, con llave de repetición en el aposento principal; otro de caoba obscura con percha para la ropa de papá.
Unos lavabos con palanganas redondas y jarras, lavacaras complementaban el mobiliario de los aposentos y otro en el comedor, para lavarse después de comida.

Un escritorio antiguo, de mi abuelo paterno, con tope de tela verde y tapa de madera, de cierre con llave; de 4 patas torneadas, con cajoncitos debajo de la tapa. Se ponían encima los libros. Cuántas manchas de tinta !

Las conocidas mecedoras de ebanistería dominicana eran 4. Para el servicio los muebles eran de madera blanca y fondos de guano retorcido.

Filtro y nevera tenían su mesa ordinaria de pino.
La nueva casa tenía una cantarera en un rincón del comedor, diremos triangular, con tela metálica, contra moscas.

La ropa de casa y la “blanca” se daba a lavar de semana en semana; se mandaba a la calle. En la casa de mi abuela materna, que vivía en la cuesta de San Miguel, cerca de las Mercedes, se ocuparon a veces de esta misión.

La ropa se lavaba, hervía, se secaba al sol; se azuleaba y se almidonaba y luego se planchaba. Cada operación tenía su día.

El nuevo vecindario muchacho al fin, era importante. La casa contigua en la acera sur, la ocupaba una panadería y dulcería.

La siguiente formaba esquina, No. 40 era de la familia Ricardo Roque- Es una familia de impresores, de la “Cuna de América”, muy importante en la época, lo mismo que la de García Hermanos. La primera, Lupeón esquina Duarte S.E.: la segunda Separación, al lado del Ayuntamiento.

A poco se estableció,  en la esquina diagonal, la Farmacia Regina de Pedro Polanco. N.O.

En la esquina N.E., había una pulpería de un español- cubano. Oscar y Ricardo eran los hijos varones. Eran tremendos. Los castigaban severamente por sus travesuras.- Oscar era mayor que yo. Ricardo menor, pero mayor que Horacio.

Entre los visitantes grandes de esa pulpería ( y carnicería ) había un señor Geño Alvarez y Pina y otro amigo. Hablaban mucho de la guerra Ruso- Japonesa en esos días. (Esta Guerra terminó en 1905).

La casa contigua, era más humilde; algo más baja, tenía el techo de tablitas, ennegrecidas por la mugre del tiempo. Vivía aquí un zapatero remendón que a veces tenia un ayudante o un hijo le servía: Don Lico Contín se llamaba.

En la casa contigua, poco frente, vivió después  Don Augusto Chottin y familia.
Frente a casa, una hermosa casa de balcón corrido, puertas de rejas cubanas en los bajos, muy bien acabada interiormente, era de Don Tomás Morales que la habitaba cuando venía del Este.

Esta casota la habitó el entonces Vicepresidente de la República, General Ramón Cáceres, y después también, según creo. En los bajos estaba el estado mayor, allí había un oficial, Chipi muy nombrado

La próxima casa hacía esquina. Del lado de la Santo Tomas, un estudio de abogado era lo que había de Don Enrique Deschamps. El cuerpo principal de la casa lo tenía la familia Mendoza. El varón era como de mi edad: Ramón. Tenía una hermana mayor, Jilma ( o Hilma )  y otra menor. Ese tramo de la calle era muy arenoso, corría mucha agua cuando llovía fuerte.

La esquina opuesta era de los Lluberes. Hermosa casa baja con galería y arcos y columnas del lado del patio. Don Felito Lluberes y su numerosa familia estaban allí. Los varones de mi época eran Ascanio y Asdrúbal. Había otro menor, Felito y dos o tres mujeres, ó más.

Don Felito era dueño de de potreros cercanos. En la casa vendían la leche de las vacas que ordeñaban en la madrugada. No permitía que adulteraran la leche. Confiáramos en eso todo el vecindario.

Retrocedo y en la misma casa del zapatero,  una  señora tenía una pieza, con un hijo de mi edad, llamado Pucho. Era hijo de Lico Gautier. ( ahora sí que yo no sé si era Gautier o García ). Don Lico fue después Cónsul General en Hamburgo... La mamá de mi amiguito, se ayudaba haciendo dulces de paila. Tenía también una hija: Elpidia.

Mis vecinos de la hermosa casa de la otra esquina eran los Pou. El interior de la casa era bonito. El patio asolado y bien cuidado todo. Vivía Don Eduardo con su familia. Los varones eran Eduardito, Mayor, Quico,  Boboy y Enrique en orden descendiente.
Las hembras eran Estela (que casó con el Lic. Eudaldo Troncoso), Rosa María, de mi edad ( que todavía vive,  Vda. del Lic. Don P. Guerrero ) y otra menor.

En la casa se daban bailes familiares de la buena sociedad. Muy lucidos y alegres; con buena música de viento.

Los jóvenes eran todos muy deportistas, considero que introdujeron aquí el Base-ball, juego que les atraía “fanáticamente”. Sin embargo de estas relaciones no adquirí por los deportes la afición que hubiera debido. Tampoco Horacio algo más inclinado que yo. Si bien es cierto que para esa época Horacio padecía de asma infantil, luego dejó de molestarle, en su juventud temprana.

En esa época jugábamos en las primas noches, “dominó” con los Estévez, principalmente y “parché” con otros vecinos; a veces también lotería (ahora se dice Bingo ). Las cartas nuca tuvieron preferencia: su juego incluye cálculos para jugarlo bien. La Burra, era fácil. la Brisca algo más complicada. No más de ahí.

Los  Gautier, los Pou y Abelardo Rodríguez Urdaneta jóvenes amigos de papá. Lapeiretta (Macú ) era una vez asociado de su oficina o Agencia de Negocios.

Los Pou eran muchos, los primos aumentaban la familia, varones más que hembras. Todos deportistas.

Por razones de comodidad y de distancia, hubimos de cambiar la escuela. De esto veremos más adelante.

Con la familia de los Roque vivía un muchacho de unos 10 años - era algo mayor que yo. Le llamaban Luís Hungría. (Después será literato y le llamaban Hungría Lovelace).

Hicimos buena liga Luís y yo. Con los otros muchachos del vecindario jugábamos al  trúcamelo, en la acera de la casa y de los vecinos que eran bastante anchas y planas.

Los juegos de bolas, el tirapó y el embique también nos entretenían.

El tirapó era un tubito de metal (de un paraguas viejo), obstruido con un tapón de cada extremo, sacado al forzarlo en una semilla de aguacate. ( El juego dependía de la época de la fruta ). Se disparaba con una varilla.

El embique era juguete más complicado. Del extranjero venía, tallada en madera, una bola del tamaño de un limón agrío grande. la cual tenía una perforación donde cabía la punta de una pieza de madera cilíndrica. Ambas partes estaban unidas por un cordón de atar paquetes. El juego consistía en rebolear el embique, la bola, y ensartarlo en el tallo, tantas veces seguida sin fallar.

En vez de una bola de madera, se hacia de un carretel de hilo Clark. En lugar del hilo usado en la costura, o tejido se ponía cera de abejas, en la cual se inscrustaban municiones de plomo ( de rifles de viento ) y peronilas (Abrus provatorius, veneno -abrina-), unas semillas rojas y negras, duras; con lo cual la bola adquiría cierto peso y el efecto estético era característico.
Este juguete ahora sí que tiene otros nombres en Latinoamérica. (Peonza, perinola).

El trompo es también un juguete de factura criolla. Los torneros en las carpinterías los preparaban y le ponían una punta de un clavo de acero o punta de París.

Del extranjero venían unos trompos de hojalata, con música. Siempre me llamó la atención este juguete maravilloso ( científico ) . Nunca tuve gran habilidad para reguilarlo en la mano (rehilar, verbo).

 Albencí Binet, en la calle de San José, carpintero, hacía famosos trompos. En el diccionario está la palabra trompo, como en el libro de Montilla. ( También Peonza = Perinola ).

Otra entretención agradable en cierta época del año, eran los capuchinos, primero y más tarde los papalotes ó cometas ( pájaros). Muchas veces nos acompañó papá , que al tiempo recordaba su infancia.

Los volantines se hacían, a veces en casa. Con papel de vejiga y 3 pendones. Hilo de coser o de bollitos, blanco y pega de almidón de yuca, que también arreglabámos en casa. La forma exagonal era más efectiva, los ( bacalaos ) de pendones cruzados no volaban bien.

Salíamos a los batiportes y sobre todo a la sabana de la cervecería , en las tardes para aprovechar el viento.
Resulta que en tiempos de Lilís hubo una fábrica de cerveza ( Santo Domingo Brewery Company ). El edificio principal subsiste - voy a revisar el punto-.

Los tíos Francisco y Miguel Angel eran también hábiles fabricantes de globos “montgolflieras”, de los que se elevaban en la plaza, en las fiestas patrias y en los barrios, en las patronales.

Se cortaba cierto número de cuchillas en el papel de vejiga doblada para que salieran simétricas e iguales, de forma amelonada; quiero decir, como tajadas de melón pero dejando el corte para fabricar la boca. Aquí se dispondría después de terminado con un arco de alambre o de madera ligera y flexible una boca redonda y rígida, sobre este arco se apoyaría el canastillo. Para pegar las tajadas se ponía, en la punta almidonada con la pega, un hilo a todo el largo de la misma- ( mecánica global ! ).

El canastillo consistía en una esponja embebida, o un trapo, en gas lampante ( petróleo de 120 ); otras veces, papel de periódicos bien mojado en gas.

Se colgaba el globo en un cordel ( de alambre ) para ropa. Al encender el canastillo se completaba el despliegue total, logrado el cual, el globo ascendía espectacularmente.

Podían ocurrir, y así era, fracasos lamentables. El aire caliente no era suficiente para elevar la máquina y el fuego lo destruía, también espectacular y tristemente.

Francisco era muy hábil en el manejo de la pega de papel con engrudo de almidón. Aprendimos algunos de sus trucos para mantener la limpieza absoluta durante su trabajo. Particularmente lindo era verle forrar las cajitas de perfumado tabaco, hechos en oloroso cedro. Unas viñetas impresas en papel especial, en color y dorado, y después con cinta del mismo material, redoblaba todas las aristas del objeto, sin hacer un corte ó un pegue falso. Su maestría de tabaquero era perfecta en esto.


 “ El ayer hoy y mañana, son del tiempo la medida”, decía Fray Idelfonso de Sevilla.

Pero eso era ayer. Hoy el tiempo se mide por horas; sí desde que uno va a la escuela (o mejor dicho desde que a uno lo ponen a la escuela) al vida está regida por esa máquina mortífera que Otto de Magdeburgo hizo introducir (en las casas) y hasta en las faltriqueras ó bolsillos del vestido. El reloj marca el día, la hora sin cesar y sin callar, ni reposar en la noche.

Una hora de clases,  en la escuela sigue a otra hora. Y en casa cada hora tiene su afán. La hora del desayuno, la hora de salir, la hora de llegar papá; la hora de pasear, la hora de cenar y la hora de dormir, etc.

Con la mudanza a la calle de Santo Tomás el escenario de nuestros juegos cambió un tanto. Mi abuela Doña Dominga, muy “barbareña”, donde había vivido siempre allí, y muy cargada de años, decía que su hijo Lalito se había mudado muy lejos, allá por el barrio del Carmen- como decir a la distancia ó cerca del  “fin del mundo “.

Los muchachos encontrábamos muy agradable la permanencia y las visitas en casa, frente al Hotel Francés, en vecindario de mucho movimiento. Nuestros primos y primas paraban allí. Solían también visitarnos y pasarse  “el día”  en casa.

Los varones, Guarionex, Federico, Paco, Georgina y Aída ( con sus apodos ) solían venir de San Cristóbal; las hembras de la casa eran, Deyanira, Cristiana, Pilila de Isaac ( murió joven ) Oliva, hermana de Guarionex, desapareció también. Ida la pasaba con tía Tuena en Macorís. Gustavo estaba en los E.E.U.U. y Guillermito también. ( Apenas lo recuerdo: falleció en Filadelfia, ya un joven).  Otra hija de Isaac, se hecticó. Ida -que lo pasaba en Macorís con Tía-, era grande ya. Acompañó, supe después, al Dr. Carbonell a curar heridos de la “revolución” en San Carlos; una proeza para una señorita de sociedad entonces. Hubo otra.

En la casa grande, corríamos, subíamos y bajábamos. Yo corto de piernas, me caí varias veces en las escaleras ( todavía están conservadas como entonces ).

La abuela solía sentarse en la mañana al balconcete de la calle Plateros , cerca de la esquina. En la tarde se la veía en el del comedor al patio. Contaba la abuela las horas, entretenida cosiendo a mano. Preparando sartas de “punticas”para las enaguas, una pieza interior de ropa de mujer, con que se remataba el ruedo de los mismos. Tenía buena vista, como para ensartar agujas con hilo de coser sin dificultad.

La sala de recibo era muy espaciosa. Los muebles de caoba, de estilo napoleónico, acojinados. Muchas sillas, canapé, butacas, espejos de cañuela dorada, retratos de antepasados (del abuelo William tengo una reproducción), reloj de caja y pié y un gran piano de cola de la misma madera del color de los muebles; además cuadros grandes, al óleo y muy bien enmarcados, alfombra central con mesa; veladores adosados a la pared, con mármol y adornos de frutas bajo campana de cristal; candelabros con amplias biselas.


Eso sí, a la sala no había que entrar. Era solo para los días de visitas especiales. El viejo (fallecido en 1887) era Vice-Cónsul de los E.E.U.U. y quizá por eso hizo amueblar su casa debidamente y con cierto lujo ( se guarda el despacho o nombramiento de Vice- Cónsul, en la familia de Eduardo).

En el comedor había una mesa central de extensión, y, que se plegaba en 4 bandas. La usaban diariamente por que la familia era de 12 o 14 personas y se juntaban a la hora de yantar alrededor de la mesa. Un side-board hermoso y otros muebles llenaban la comodidad del refectorio. También las paredes tenían hermosos óleos y adornos adecuados de trabajo manuales en tela. En fin, recuerdo un cuadro de “El Campeador”, barco de vela del Capitán que fue el viejo William.

Comentarios

  1. Hola, No tendrás completa la poesía
    "Besa el polvo que pisó
    Y la cuna que meció
    Con aquel afán tan prólijo.
    Tu no sabes lo que vale esa mujer,
    Que vela siempre a tu lado
    Con solícito cuidado.
    Que ríe cuando tú ríes ( y )
    ( Que llora cuando tu lloras )
    Y que si tu lloras llora"
    La he estado buscando por mucho tiempo, Gracias

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